El infinito en un junco by Irene Vallejo

El infinito en un junco by Irene Vallejo

autor:Irene Vallejo [Vallejo, Irene]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Ciencias sociales
editor: ePubLibre
publicado: 2019-08-31T16:00:00+00:00


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Cuando ya no esperábamos más noticias, la Biblioteca reaparece por última vez en dos crónicas árabes. El punto de vista del relato ya no es pagano ni cristiano, sino musulmán, y nos obliga a saltar en el tiempo hasta el vigésimo año de la hégira, es decir, el 642 de la era cristiana. «He conquistado Alejandría, la gran ciudad del Occidente, por la fuerza y sin tratado», escribe el comandante Amr ibn al-As en una carta al segundo sucesor de Mahoma, el califa Omar I. Tras la feliz noticia, Amr hace inventario de las riquezas y bellezas de la ciudad: «Cuenta con cuatro mil palacios, cuatro mil baños públicos, cuatrocientos teatros o lugares de diversión, doce mil comercios de fruta y cuarenta mil tributadores hebreos».

El cronista y pensador Alí ibn al-Kifti y el docto Abd al-Latif afirman que, algunos días más tarde, un viejísimo erudito cristiano pidió permiso al comandante musulmán para usar los libros de la Gran Biblioteca, incautados desde la invasión. Amr escuchó con curiosidad las noticias del anciano sobre el antiguo esplendor del Museo y su colección arrasada por el tiempo, pero valiosa a pesar de todo. Amr, que no era un guerrero inculto, entendía la importancia de aquel tesoro polvoriento y apolillado, pero no se atrevió a disponer libremente de él, sino que prefirió enviar otra misiva para pedir instrucciones a Omar.

Antes de seguir adelante, hemos de hacer una advertencia. Es cierto que Amr conquistó Alejandría en el año 640 y también el marco general de los hechos parece verídico, pero muchos especialistas creen que Alí ibn al-Kifti y Abd al-Latif inventaron la historia del trágico final de la Gran Biblioteca. Los dos escribieron varios siglos después de que tuvieran lugar los acontecimientos y, al parecer, tenían interés en desacreditar la dinastía del califa Omar frente al culto sultán Saladino. Quizá cualquier parecido entre este relato y la realidad sea pura coincidencia, o tal vez no.

Una carta necesitaba, como media, doce días de navegación y otro trayecto equivalente por tierra hasta llegar a Mesopotamia. Durante un mes, Amr y el anciano esperaron la respuesta del califa. Entre tanto, el comandante pidió visitar el desconchado edificio de la Biblioteca. Lo guiaron por una red de pequeñas callejuelas y vías mugrientas hasta un palacio en avanzado estado de abandono, vigilado por un grupo de soldados. Dentro, los pasos producían eco y casi se podía escuchar el susurro de todas aquellas palabras dormidas. Los manuscritos descansaban en los estantes como grandes crisálidas dentro de sus capullos de polvo y telarañas. «Conviene —dijo el anciano— que los libros permanezcan conservados y custodiados por los soberanos y por sus sucesores hasta el fin de los tiempos».

Amr se aficionó a la conversación del viejo y solía visitarlo a diario. Escuchó de sus labios, como si fuera un cuento de Las mil y una noches, la increíble historia del rey griego que quiso reunir en su palacio un ejemplar de todos los libros del mundo y las búsquedas de su diligente siervo Zamira



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